domingo, 19 de julio de 2020

Mi segunda visita a Espantapájaros (Primera Entrega)


Este artículo fue resultado de mi segundo viaje a Espantapájaros (fue publicado en el blog originalmente en febrero de 2017). Un Jardín Infantil, un espacio de investigación en la Lectura en la Primera Infancia, una librería y más, en Bogotá, Colombia. Comenzó a escribirse en Marzo del año pasado, mientras estaba todavía rodeada de niños y gente querida. En Diciembre, apareció publicado en el blog de Espantapájaros.

Lo republico acá con unos pocos agregados, entre ellos uno muy importante,  mis agradecimientos...


GRACIAS a toda la gente de Espantapájaros que me recibió de brazos abiertos y me despidió en abrazos apretados. Especialmente a Yolanda Reyes que me dejó un camino de miguitas preparado desde el Sur para encontrar mi Norte. A mi amiga Isabel Calderón, que trabajó tanto para que esto pudiera ser posible. A las maestras que estuvieron ahí para mis preguntas y que tanto me enseñaron, especialmente a Lucía Liévano que con generosidad me introdujo a contar cuentos en pañales, dándome estímulo y confianza. A los padres que respondieron con entusiasmo las preguntas de una deconocida con tonada argentina. Pero, principalmente, a los pequeños, que me robaron el corazón, dejándome a cambio, sus más preciadas posesiones... sus libros

Mi segunda visita a Espantapájaros (Primera entrega)


                                                                     Por Pato Pereyra 


Mi profesión es la biología, eso es lo que he estudiado y de lo que vivo. Como bióloga doy clases a alumnos en el ingreso a la Universidad de Buenos Aires (los más pequeños de la UBA, que pueden tener de 18 años a 60 años), y ocasionalmente a estudiantes de la escuela Secundaria (que arrancan en los 14 años). En mi trabajo cotidiano no me encuentro con niños de tan corta edad como los que vienen al jardín infantil de Espantapájaros, por eso cuando me lo permiten, lo disfruto terriblemente. Hace ya algunos años que decidí dedicarme, como voluntaria, a la animación a la lectura. Acercar libros a lectores, sembrando poesías o cuentos, para quizás en un futuro, cosechar lectores, es una tarea que no discrimina edades. Una vez al mes, hace ya más de dos años, llevo mis libros a la plaza, como parte de “Picnic de Palabras Argentina”. Buscando provocar la lectura de libros en familia, esta iniciativa nativa de Bogotá ha ido ganando voluntades por el mundo y se ha extendido por distintas localidades de Argentina.

Esta fue mi segunda visita a Espantapájaros. El año pasado, comencé a escribir una crónica que titulé “Del llano a las alturas, de las alturas al llano”. Elegí el título pensando en la diferencia de altitud entre mi ciudad: Buenos Aires, sobre la costa del Río de la Plata, y Bogotá, ciudad en la que algunos compatriotas (me han prevenido) sufren mal de altura. Pero también hablaba de mí, de cómo lo primero que me ocurrió en Espantapájaros fue tener que abandonar mi altura (1.71 m) desde la que me erguía al hablarles a mis estudiantes adolescentes, para agacharme, arrodillarme o sentarme, durante dos semanas lado a lado con estos queridos niños. Este año me propuse volver y no solo terminar aquella crónica, sino intentar responder algunas preguntas que me surgieron en mi anterior experiencia.

El punto de partida para este trabajo fue la información que el equipo de Espantapájaros ha reunido a lo largo de varios años. En su blog y en la librería pueden encontrarse con “la lista de los libros más mordidos”. Esta información surge de las fichas que completan las profesoras, donde se anotan los libros que eligen en el Club de Lectura los niños para llevar a casa y compartir con las familias. Al revisarla, observamos muchos libros de rimas, con textos cortos, que sabemos son los preferidos de los más pequeños. Es que son ellos, con su tendencia a la repetición, los que suelen inclinar la lista según sus preferencias.

Nos preguntamos: ¿qué elecciones realizarán entonces los más grandes? Por otro lado: ¿Cómo eligen que leer, tanto los pequeños, como los mayores? ¿Son estas elecciones constantes o van variando a lo largo del tiempo? ¿Qué los hace decidirse a escoger un libro: la imagen, el tema, el autor, o todo? ¿Podría ser que niños de menos de 4 años ya tengan autores de preferencia?

Un segundo grupo de preguntas tenía relación con la forma en que leen. Sabemos que los bebés pueden leer antes de leer y queríamos explorar cómo lo hacen. Y también lo que ocurre con los niños más grandes, que llegan a Espantapájaros ¿Será que ya leen solos o prefieren hacerlo en compañía de un adulto? ¿Son capaces de compartir esas lecturas con su entorno, sus hermanos y amigos?

Espantapájaros es un jardín infantil con niños de edades desde un año y seis meses hasta cinco años y medio. Hay niños que han llegado de muy pequeños, en brazos de sus padres, abuelos y niñeras, que los traían a “Cuentos en pañales”, desde los ocho meses. Otros tienen hermanos mayores que ya han estado en el jardín. Es común entonces, encontrarse con experimentados lectores, a pesar de su corta edad. Nos propusimos hablar con ellos (y prestar atención a lo que ellos querían contarnos sin necesidad de palabras), observarlos, revisar sus fichas de préstamo y entrevistar a padres y maestros para intentar responder algunas de estar preguntas.

Las preferencias de los pequeños, pequeños (los de manos gorditas y pies rechonchos) 




La pregunta inicial: ¿Qué leen?

¿Leen los bebés? En Espantapájaros, muchos de los chicos que apenas comienzan el jardín ya han asistido al taller de Cuentos en Pañales, con lo cual a pesar de su corta edad, llevan años como lectores, o tienen hermanos mayores que sí han asistido. Esto marca una diferencia con otros niños que he visto en las actividades que realizo en la Plaza en Argentina.

En general, al llegar con los libros, y luego de acomodarlos sobre manteles, me acerco a la gente invitándola a tomar los libros. Muchas veces me ha pasado que cuando invito a padres con bebés, me responden: “¡Gracias!, pero todavía no lee” o “Gracias, pero es pequeño para los libros”.

Sin embargo estos niños, que apenas caminan, que casi no hablan, no solo leen, sino que escogen qué leer y cómo. 


Con frecuencia, al entrevistarlos, papá o mamá nos cuentan (un tanto resignados, ¿quizás hasta aburridos?), que suelen escoger libros a repetición. Eligen leer lo mismo, una y otra, y otra vez. Semana tras semana se encuentran con que su hijo ha traído el mismo libro a casa. Muchas veces, además, traen de la Biblioteca de Espantapájaros el mismo ejemplar que ya los espera en la biblioteca de su hogar. Susana, de 2 años, alumna de Ana María, realmente disfruta la lectura de Estaba la rana (un libro de pequeño formato, con texto de Paloma Valdivia e ilustraciones de Carles Ballestero de Editorial Amanuta). 



 
He podido verla en el aula, acompañando la canción y repitiendo algunas partes, disfrutándola “a cuerpo completo”. Su madre, luego de que Susi llevara varias semanas el libro a casa, decidió comprárselo. Dos días después en el Club de Lectura de los viernes, Susi volvió a escoger Estaba la rana. Cuando Ana María, su maestra, le dijo: “Escoge otro de la canasta, este ya lo tienes en casa”, Susi insistió. La vi guardándolo en su bolsa morada, para llevarlo a casa, seguramente para sorpresa de su mamá.

Será lo cotidiano, la familiaridad de lo conocido que nos brinda seguridad, o quizás se deba a que se necesitan la repetición para ir comprendiendo de a poco el sentido del texto hasta hacerlo propio. Un pequeño, que aún no descifra esas marcas en el libro, requiere para “recordar” su texto favorito repetirlo varias veces hasta aprendérselo de memoria, nos comentaba Yolanda Reyes al final del curso sobre literatura infantil “Para nombrar las emociones”.

Podría pensarse que eligen libros al azar, pero no, algunos escogen por tema: “los de animales”, o “los de dinosaurios”. Y otros tienen ya sus autores favoritos. Lorenzo (Lolo) de 22 meses (también de la sala de Ana María) semana tras semana se lleva a su casa los cuentos de Satoshi Kitamura. Entre los que repite se encuentran Perro tiene hambre, Pato está sucio o Ardilla tiene sed. Al inicio del semestre, la mamá al asistir a la primera reunión había comentado: “¡Suerte que terminaron las vacaciones, ya extrañábamos a Satoshi Kitamura!”. Dicho y hecho, en el Club de lectura, Lolo volvió a elegir los libros de ese autor. Quizás podría pensarse que en la sala no ha habido otras opciones, o que justo en la hora de cuento Ana estuvo leyéndoles sus libros, pero no. Esta semana disfruté acompañándonos en el Club de Lectura de los viernes. Durante todo el tiempo en que sus compañeros escogían que libros llevar, Lolo exploró otros autores. Leyó Buenas noches, Gorila de Peggy Rathman. Incluso se detuvo en varios libros de Eric Carle, pero cuando lo llamaron para llenar su ficha con el libro que se llevaría a casa, escogió Pato está sucio. 





Curiosamente, en estas dos semanas cuando entrevistaba padres sobre las preferencias lectoras de sus hijos, la mayoría no me mencionaba el libro por el autor. Era “el de la lombriz”, o “los de Maisy”, a veces más general aún, solo podían nombrar …”los de animales”. Uno de los pocos libros que pudieron mencionar por el título fue José Tomillo (un libro muy escogido entre los lectores mayores del que luego hablaremos). Sin embargo, la mamá de Lolo, mencionó directamente “los libros de Satoshi Kitamura”. ¿Sería muy disparatado pensar que fue Lolo con su insistencia quien le enseñó a su madre reconocer a su autor favorito?

Entre los libros más elegidos por los pequeños, pequeños, se encuentran los libros que cantan. Dice Yolanda Reyes, en la presentación de El libro que canta (Alfaguara): “Leer, en la primera infancia es una experiencia de vida. Lo que el bebé lee no es el sentido literal de las palabras sino sus ritmos y sus poderes mágicos para esperarlo, acunarlo, escribir con su cuerpo, cantar, contar y jugar con él.” Alejandra de 22 meses, de la sala de Ana María, (compañera de Susi), disfruta también Estaba la rana. Al ir pasando sus páginas, mientras Ana acompaña el texto con su voz, ella termina los versos con ajustada entonación, moviendo su cuerpo con entusiasmo. Cuando le preguntamos a sus padres por sus preferencias, nos cuentan que a Ale “Le gustan más que los libros, la música”. Dicen que disfruta de los videos que le muestran, y de las canciones que escucha en el celular. Es común que los más pequeños de Espantapájaros, escojan libros basados en nanas, o canciones, Las mañanitas, La pájara Pinta y Duerme Negrito se cuentan entre los favoritos. Es que justamente un libro puede guardar música, aun cuando no se haga oír hasta que, aquel otro, le presta su voz

Entre los que ya tienen dos años o más, ya en la Sala de Natalia, tanto Tomás (2 años y 5 meses) como Carmen (2 años) suelen también, repetir lecturas. Mientras que el primero llevó varias semanas los libros de Satoshi Kitamura, Carmen, prefiere los que tienen “hoyos”, según cuentan sus papás. Libros que permiten interactuar al lector, jugar con ellos, “meter mano” como diríamos en Argentina. Los de Taro Gomi, cuentan entre los favoritos (Hay un ratón en la casa). 






Tomás en su casa disfruta de una Enciclopedia de Animales. Y Carmen, elige también José Tomillo de Ivar Da Coll, Ardilla tiene hambre y Gato tiene sueño de Satoshi Kitamura. Otra preferencia de Carmen (y de varios niños más en Espantapájaros) son los libros de Yolanda Reyes, Ernestina la gallina (con ilustraciones de Aitana Carrasco) y Cucú (ilustrado por Cristian Turdera). 







En esta primera entrega, vemos que los pequeños de manos gorditas y pies rechonchos, leen con todo el cuerpo, se abren a la música de las palabras, eligen repetir de sus favoritos, y como los mayores, tienen sus temas y hasta sus autores de culto. Claro que tenemos mucho más que contar…

                      Dado que esta historia continuará…



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